El sol iba desapareciendo conforme ella caminaba, detrás suya quedaba una puesta de sol rojiza, que iba desapareciendo conforme las estrellas llegaban, una bonita estampa que hubiera valido como postal de unas vacaciones de ensueño, unas vacaciones de verano, playa, arena, agua, calor, refrescos, hielo, amor. Un amor de verano. De aquellos que duran tres meses, y que muy pocos se salvan de la rutina, ella se tenía que marchar, y el tenía que volver a su vida, a su simple rutina, está vez lejos también de allí. Su amor había superado lo más difícil, se había mantenido vivo pero inactivo durante los nueve meses, hasta la vuelta del verano. Pero no superaría otros nueve meses después de una despedida llena de orgullo, ¡como si a ninguno le doliera separarse del otro! Y es que, su amor lo hubiera podido superar todo, incluso el orgullo si poco después se hubieran visto, si se hubieran llamado, si se hubieran guardado el número de teléfono de la casa de la tía de el, o el de los padres de ella. Os aseguro que ese amor hubiera superado todo lo que se hubiera puesto en su camino, todo el mundo lo veía y cuando ellos se dieron cuenta... Era demasiado tarde. Tarde para cambiar aquella despedida por un "volveremos a vernos, prometemelo" o un "te espero aquí dentro de X tiempo", quien sabe... Se amaban con locura pero cometieron el error de darse cuenta tarde de lo que sentían, aun que ella se fuera con lagrimas en los ojos y el con un gran dolor en el corazón... Fue una verdadera pena no volver a verlos sonreír juntos en aquel paisaje, donde siempre se reunían a escondidas, y se contaban secretos de enamorados.